FAMILIA
No lo dejes morir: El poder de perseverar en el altar familiar con tus hijos

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¿Has intentado hacer devocionales en casa y te frustraste? Si eres como yo, probablemente alguna vez quisiste tener un tiempo devocional en familia, lo intentaste con toda la buena intención, pero no salió como esperabas.
Uno se imagina una escena idílica: los niños sentados, atentos, todos orando con lágrimas, cantando con pasión, haciendo preguntas profundas… Pero la realidad fue más bien esta: el pequeño interrumpiendo cada minuto, el mayor con cara de “¿ya terminamos?”, y tú, con la Biblia en la mano y el alma preguntándose: “¿Esto sirve de algo?”.
Pero aquí estoy para decirte algo que aprendí (y sigo aprendiendo): sí, sirve. Y no podemos dejar morir el altar familiar.
¿Qué es el altar familiar?
El altar es ese espacio donde la familia se encuentra con Dios. Es donde lo adoramos, le hablamos, lo escuchamos, lo honramos… no como parte de una rutina religiosa, sino como una vida centrada en Su presencia.
El altar no es una actividad, es una atmósfera. Y si lo mantenemos encendido en casa, Dios estará presente de forma real en nuestras dinámicas familiares.
Pero aquí está la clave: el altar no se enciende solo. Hay que perseverar. Hay que hacerlo día tras día, aun cuando nadie parece interesado, aun cuando no sabes exactamente lo que estás haciendo. Porque Dios sí sabe lo que está haciendo en medio de todo eso.
¿Y cómo funciona esto con niños de distintas edades?
Lo más hermoso es que no hay edad mínima para encontrarse con Dios. Él sabe hablarle a un niño de tres años con dibujos y canciones, y también puede confrontar a un adolescente en plena etapa de dudas.
Pero necesitamos tener paciencia y entender que cada edad conecta de manera distinta:
- Con los más pequeños, lo mejor es hacerlo visual, corto y creativo. Usa canciones, historias bíblicas animadas, dibujos. Hazlo como una aventura con Jesús.
- Con los de edad primaria, puedes comenzar a leerles pasajes sencillos, enseñarles a orar por sus amigos o problemas, y sobre todo, celebrar sus oraciones.
- Con preadolescentes (como en mi caso), es clave abrir el espacio al diálogo. Preguntar más, imponer menos. Hablar de temas reales. Mostrarles que Dios no es teoría, sino alguien que quiere guiar sus decisiones.
¿Es fácil? No siempre. ¿Vale la pena? Siempre.
No se trata de perfección, se trata de perseverancia.
A veces pensamos que si el devocional no fue “poderoso”, no valió. Pero en realidad, cada vez que te sientas con tus hijos a buscar a Dios, estás construyendo un altar. Aunque parezca que no entienden. Aunque haya distracciones. Aunque estés cansado.
Recuerdo un día en particular en el que invité a mis hijos al altar y lo primero que me dijeron fue: “¡NO! No queremos”. En ese momento, no me alteré ni discutí. Más bien fui a una habitación de la casa, dejé la puerta abierta, puse una canción de adoración, me arrodillé y empecé a adorar. Después de dos minutos, mi hijo Lucas se sentó a mi lado, en la misma posición, y comenzó a adorar. Unos minutos más tarde se unió Benji, mi hijo mayor, e hizo lo mismo. Hasta mi esposo, que no se había dado cuenta de lo que ocurría, llegó y también se unió. Puedo decirte que fue un momento muy especial, donde todos terminamos llorando. Lo que pudo haber acabado en una discusión, se convirtió en uno de nuestros altares más lindos y memorables.
Consejos prácticos para perseverar en el altar familiar:
- Empieza donde estás: No necesitas un plan perfecto. Solo hazlo. Escoge un horario (aunque sea de 10 minutos) y sé constante.
- Sé tú mismo: No intentes sonar como predicador. Sé mamá o papá. Sé vulnerable. Habla con honestidad y permite que tus hijos vean tu corazón.
- Involúcralos: Que también oren, lean, pregunten. Que escojan una canción. Que participen.
- Hazlo dinámico: Usa ilustraciones, historias, actividades. Puedes usar materiales, videos o simplemente compartir tus testimonios.
- No te detengas por frustración: Si una semana no lo hiciste, vuelve a empezar. El altar no se trata de rendimiento, se trata de relación.
El fuego en casa vale más que mil fuegos en la iglesia.
Podemos llevar a nuestros hijos a todos los servicios posibles, pero si el altar está apagado en casa, tarde o temprano lo van a notar.
El fuego del altar familiar no reemplaza la iglesia, la fortalece.
Y más aún, ese fuego será lo que ellos recuerden cuando crezcan. No recordarán si leíste el versículo perfecto o si oraste con palabras exactas. Recordarán que Dios era bienvenido en su hogar. Que sus padres lo amaban. Que Su presencia era prioridad.
¿Y si mis hijos ya no quieren participar?
No dejes de orar por ellos. No apagues el altar. Aunque parezca que están lejos, la atmósfera que creas en casa sigue hablándoles. El altar también puede ser silencioso: con tu ejemplo, con tu perseverancia, con tu clamor.
Lo que se construye en la intimidad, Dios lo recompensa en público. Créelo. El altar traerá cosecha, aunque ahora solo veas tierra seca. No es una actividad más… es nuestra herencia. Más que una disciplina familiar, el altar es un legado. Un hijo que aprende a buscar a Dios en casa será un adulto que no huya de Su presencia cuando enfrente problemas.
No estamos criando religiosos. Estamos formando adoradores. Y eso solo se logra perseverando en el altar, una mañana, una noche, una oración a la vez.
Así que si hoy estás desanimado, levanta el altar otra vez. Enciéndelo. Adora. Léeles un versículo. Pídele a Dios que venga. Él nunca rechaza un altar que se construye con amor, aun en medio del desorden de una familia real.
Con amor,
Marcela Page
@marcelapage
Marcela Page es pastora en MCI Los Ángeles, esposa y mamá de tres. Con pasión por edificar familias centradas en Dios, inspira a otros a mantener encendido el altar familiar con perseverancia y amor.
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