FAMILIA

Prohibido olvidar

el tiempo perfecto de Dios

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Todas sabemos lo que significan las mañanas en una casa con niños pequeños: levantarse muy temprano, despertarlos (en caso de que no sean ellos los primeros en levantarse), bañarlos, alistarlos, correr con el desayuno, las maletas, las loncheras… todo muchas veces contra el reloj, esperando la ruta que los recoge o, en mi caso, siendo yo misma la ruta de mis hijos. Es una verdadera carrera diaria que muchas veces termina en agotamiento, pero también con la satisfacción del deber cumplido.

En mi caso, con tres niños —uno en escuela primaria y unos gemelos en preescolar que entran a diferente hora— esta carrera comienza desde muy temprano y puede tomar casi tres horas. Fue en uno de esos días contra reloj cuando aprendí una importante lección.

Estaba en plena rutina con los gemelos, quienes particularmente ese día se resistieron a levantarse, no querían bañarse, se demoraron comiendo… pero al fin, ya llegando al colegio, sentí que lo habíamos logrado. Entonces me encontré en la puerta con la profe, que nos miró de arriba abajo, sorprendida, y me dijo:
—Mamita, ¿no revisó la agenda?
Ahí lo recordé: había olvidado leer la agenda el día anterior, donde nos habían enviado una nota que decía:
“Mañana no hay clase.”

Me cogí la cara y pensé: ¿Por qué no la leí?
Como consecuencia de ese olvido, perdimos horas de sueño, de descanso y de esfuerzo. Pudimos haber estado en casa tranquilos y habríamos evitado toda esa corredera.

En la vida enfrentamos a diario pequeños olvidos: se nos olvida tomar el medicamento, pagar un recibo, asistir a una cita médica o hacer un mandado… pero también hay olvidos con consecuencias más graves. La Biblia nos muestra cómo a una generación de grandes héroes de la fe se le olvidó algo que estaba prohibido olvidar.

En Deuteronomio 6:1-9, Moisés le dice al pueblo:

“Estos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó que os enseñase, para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla;
para que temas a Jehová tu Dios, guardando todos sus estatutos y sus mandamientos que yo te mando, tú, tu hijo, y el hijo de tu hijo, todos los días de tu vida…
Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es.
Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.
Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón;
y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.
Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos;
y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.”

Sin embargo, más adelante, en Jueces 2:6-10, encontramos esta triste realidad:

“El pueblo había servido a Jehová todo el tiempo de Josué…
Pero murió Josué…
Y toda aquella generación también fue reunida a sus padres.
Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que Él había hecho por Israel.

Esto significa que incluso el gran Josué —quien había prometido que él y su casa servirían al Señor, como tú y yo tal vez muchas veces lo hemos declarado— olvidó cumplir la instrucción de enseñar, repetir y hablar las palabras de Dios a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

Como consecuencia, en el libro de los Jueces encontramos al pueblo de Dios en su peor decadencia: depravación, inmoralidad, rupturas familiares, asesinatos, cosas innombrables. Y pensar que esa generación eran los hijos de la generación de Josué.


Este blog es un llamado de urgencia a no olvidar, como mamá, lo que está prohibido olvidar:

Todos los días de tu vida enseñarás, repetirás y les dirás a tus hijos las palabras que el Señor nuestro Dios nos ha mandado.

También es una invitación a buscar maneras, ideas y estrategias para saber cómo repetirle a nuestros hijos TODOS LOS DÍAS. Porque a veces nos conformamos con solo algunos momentos: el fin de semana en la iglesia, un día en su célula, o durante el altar familiar. Pero la Biblia fue clara: esto es algo que debemos cuidar de hacer siempre y no podemos pasarlo por alto.


TIPS PARA NO OLVIDAR

Aquí te dejo algunas ideas que me han servido y que pueden ayudarte a crear estrategias prácticas con tus hijos. Me encanta que la Biblia sea tan clara y pedagógica:

Deuteronomio 6:7-9

“Y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.
Y las atarás como una señal en tu mano…
Y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.”

1. TARJETAS DE VERSÍCULOS

Una herramienta sencilla y útil. Puedes comprar un set ya elaborado o crear uno con tus hijos. Escribe versos según su edad. El reto: leerlo en el desayuno y repetirlo juntos durante la semana. Que vean que la Palabra tiene un lugar prioritario al iniciar el día.

2. TEATRO EN CAJA

Guarda en una caja imágenes de historias o personajes bíblicos. Saca una imagen, pregúntales qué reconocen, escúchalos y cuéntales tú la historia —usando tus palabras o apoyándote en la Biblia— y termina siempre con una enseñanza sobre la importancia de guardar la Palabra de Dios.

3. TABLERO EN CASA

Cuando la Biblia dice “y las escribirás en los postes de tu casa”, me encanta imaginar una pared especial donde escribir versos. Deja que ellos también escriban o dibujen. Así, cada vez que pasen por allí, recordarán lo aprendido.

4. DÉJALES SEÑALES

“Y las atarás como una señal en tu mano…”
Puedes crear una manilla, cordón o cinta que puedan usar o hacer con ellos. Esta será una marca visible que les recuerde lo que les enseñaste. Por ejemplo: una cita bíblica, o las letras QHJ: ¿Qué haría Jesús?


Tenemos un gran desafío: formar una generación que conozca a Jesús, que se levante amándolo y deseando servirle.

¡Ánimo!
Dios te escogió para esta labor, y Él estará contigo para ayudarte a ponerla por obra.

“No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos.”
Gálatas 6:9

Por: Yury Pineda

@yuryta12

Yury es pastora y coordina el área de Kids y Teens en la Iglesia MCI Bogotá. Es madre de tres niños: uno de 9 años y unos gemelos de 5 años. Está casada con Andrés Villamil, con quien comparte la pasión por cuidar y pastorear a las nuevas generaciones.
Es especialista en pedagogía y docencia, y le apasiona crear material para enseñar e inspirar a los niños en el conocimiento y amor por las Escrituras.

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